martes, 8 de marzo de 2011

LA INMORTALIDAD SEGÚN FACEBOOK



En su libro “La ciudad desvanecida”, Mario Verdaguer cuenta la historia del marmolista Lagrange, que vivió a finales del XIX. Tenía su taller cerca del Born y muchas veces trabajaba en plena calle. Verdaguer relata que te cruzabas con alguien conocido, a quien saludabas. Y al día siguiente pasabas por el Born y allí estaba Lagrange tallando una lápida funeraria con el nombre de tu conocido. Era una sensación chocante y siniestra.

Nuestra tecnología está creando hechos semejantes. Por ejemplo, la inmortalidad a partir del “Facebook”. En esa red social siguen los “muros” y “perfiles” de amigos que ya han fallecido. Da una sensación extraña el entrar en esa página, con el último texto colgado -a modo de involuntario epitafio- y los comentarios de los afligidos amigos, que constituyen una especie de elegías espontáneas. Como las cintas de las coronas de muertos.

A veces, por efecto del propio programa, en un extremo te sugieren que te hagas amigo de aquel que lleva semanas muerto. Y te mira con una extraña sonrisa desde su foto de perfil. Como si dijese: “De aquí no me saca nadie”.

No somos capaces todavía de evaluar los efectos que para nuestra dimensionalidad espacio-tiempo tienen las nuevas tecnologías. Tus archivos, tus fotos, tus webs, tus cuentas de correo te pueden sobrevivir. Quedar errantes en el ciberespacio, como esos satélites con algún pobre animal a bordo. Lejos, en otros lugares, nadie sabrá si estás vivo o muerto. Serán como hologramas fantasmas de tu vida.

Te ofrecen servicios para “testamentar” sobre tus cuentas, o incluso grabar mensajes “post mortem”. Pero lo que más impresiona es esa negación del tiempo que tiene la lógica informática. Cuando nos equivocamos en algo basta con apretar el comando “deshacer” para volver atrás. ¡Qué daríamos por hacer lo mismo en tantos otros órdenes de la vida! Cuántas cosas anularíamos apretando control y “z”...

En el ciberespacio puedes volver atrás, corregir tus errores, y siguen viviendo los muertos. A veces, como quien pasea por un jardín de la memoria, entras en sus “facebooks” y sientes la agridulce sensación de que siguen vivos.

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