sábado, 2 de mayo de 2009

VÍCTIMAS DE LA DESPERCEPCIÓN



El hombre del siglo XXI lleva gafas de mosca. Esas que descomponen hasta la infinidad una misma imagen, formando una especie de caleidoscopio. Es un tipo de visión adecuada para los insectos. Pero nosotros, hombres urbanos de un mundo global, andamos a tientas por culpa de esos anteojos. Impuestos, implantados. Caóticos.

Nuestra famosa crisis no es más que un avatar de la serie de despercepciones en que estamos sumidos. La visión en longitud y precisión de otros tiempos ha sido sustituida por una que repite lo mismo pero multiplicado hasta la saciedad. Tenemos muchísima información, cacofónica información, pero es tanta y tan repetida que no podemos mirar más allá de nuestras narices. Todo lo vemos plano y repetido.


Internet, los anuncios de la tele, los esquemas narrativos de las películas, las normas del lenguaje "políticamente correcto", las pautas de este tiempo nos han acostumbrado a unas convenciones que tomamos equivocadamente por realidad. Nadie muere como los indios en las películas. A veces la agonía dura horas. No conozco a nadie que haya vivido un romance tan matemáticamente aristotélico como los de las películas: conocimiento, problema, lucha contra el problema, superación y amor perfecto. Nada se puede explicar con la dialéctica macarrónica de los políticos: maniquea, simplista, deshistoriada. Si pretendemos analizar la realidad con esos presupuestos, nos equivocamos.


Cada día, nos alimenta un caudal de informaciones y despercepciones programadas. Y lo peor no es que perdamos la capacidad de entender la realidad como es, sino que además nos extraviamos de nosotros mismos. Cambiando la pauta de conocimiento que supone un libro por un minuto de "spot" o un "banner" de internet nos reducimos hasta la esfera de la mosca psíquica. Caminamos con pasos agigantados hacia el planeta de los "nuevos salvajes electrónicos".


Gran parte de esta despercepción está provocada. El sistema de consumo, el liberalismo capitalista a ultranza, los intereses de las industrias dominantes, alimentan ciertos comportamientos psíquicos. Lo demostró genialmente Michael Moore. La televisión surgida de patrones norteamericanos promociona machaconamente el miedo: a los asesinos en serie, a las persecuciones de coches, a las catástrofes, los monstruos, los huracanes, las olas gigantes...


La gente pone la tele para acojonarse. El resultado resulta muy positivo para las grandes corporaciones. Miedo a salir de casa, miedo a los demás, venta de armas, "ejes del mal" y el consumo como única satisfacción posible. Los resultados a la vista están.


La verdadera crisis de principios del siglo XXI no es económica ni financiera. Es moral y sobre todo espiritual. Las consecuencias dinerarias son nada más que una consecuencia.


Durante siglos, todas las culturas se esforzaron en poblar la psique de la gente con motivos de armonía y paz interior. Los dioses griegos, los iconos, las vírgenes góticas, las decoraciones islámicas, los budas sonrientes, las deidades hinduistas.


Las tradiciones ofrecían a los creyentes arquetipos visuales, a veces incluso olfativos y táctiles, para evocar una realidad espiritual superior. Un punto mental en el cual sustraerse a los problemas y sentirse en el "centro de uno mismo". El mandala, la gloria.


Nuestro siglo hace todo lo contrario. Despercepciona. Coloniza nuestro inconsciente con imágenes de series de televisión, escenas violentas, personajes sin interés, situaciones de miedo, frikis gritones, falsos líderes de plástico. Donde antes había una Madonna rodeada de dorados está cualquiera de las secuelas de Terminator.


Y lo peor, con ello se ha perdido el camino hacia el "centro" de nuestra personalidad. Porque muchas religiones, también despercepcionadas, confunden el integrismo, la moralidad pública, el orden jerárquico, con la realidad espiritual.


Hombre del siglo XXI. Deja de lamentarte por la crisis. La peor pobreza es la del alma.

¡Quítate las gafas de mosca de una puta vez!


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